Estrenamos hoy una nueva sección, que nace con el propósito de acercaros un poco más, a todos esos problemillas que afectan a nuestros mejores amigos de cuatro patas. La protagonista de este primer artículo, escrito por su dueña Rosalía (a la que damos las gracias por su tiempo), es Kira, un mix de Labrador y Pastor Alemán, que recientemente ha tenido que pasar por el quirófano. ¿Por qué? Quédate a leer su relato y descúbrelo.
La rotura de ligamento cruzado, es una lesión perruna que entra dentro de la normalidad. Las razas grandes y con peso son propensas a ella, pero (siempre hay un pero), debemos añadir a otros individuos que además de ser de raza mediana grande, rellenitos y con mucha gracia, tienen complejo de canguro. Esos perros que cuando llegas a casa, de pura emoción, saltan tanto que se te ponen de bufanda, que ya puedes educarlo, corregirlo, sujetarlo y todos los “arlos” que se te ocurran que a él le importa un comino y sigue saltando como si fuera primo hermano de aquellos animales australianos que tan a gusto están en su país.
No puedo ponerme demasiado técnica porque soy lega en cuestiones veterinarias. Lo único que se es lo que he vivido y si os sirve para algo, me alegro enormemente.
Kira, mi perra, es un cruce entre Pastor Alemán y Labrador. Tamaño medio y de constitución amplia. No solo por peso (el otro día el veterinario confeso por primera vez en siete años que no está gorda), tiene una estructura ósea muy ancha lo que hace que parezca más gorda de lo que es. Estas dos razas tienen un problema de huesos conocido como displasia de cadera. Habréis visto a muchos pastores alemanes ya mayores que no pueden mover casi sus patas traseras y van casi arrastrándose. Lo malo es que no solo les ocurre a los perros de más edad. Hay ejemplares a los que se les detecta de muy jovencitos.
El caso de mi perra vino por ahí. Hace un par de años empecé a notar que si corría mucho o jugábamos mucho con la pelota, una vez que se tumbaba en su colchón y pasaba tiempo, ya no era capaz de levantarse y cojeaba. Esto fue a más y la llevamos al veterinario. No le vio nada y le mando antinflamatorios. Intentábamos que no corriera mucho y que no hiciera el bruto, pero en casa hay escaleras y le encanta tirarse por ellas. Es una perra muy nerviosa y es complicado. Necesitaría ejercicio para desfogarse, pero tampoco puede porque no le sienta bien.
Llego un punto en que la perra cada vez cojeaba más y se quejaba por lo que la volvimos a llevar al veterinario. En unas placas apareció el principio de displasia. Empezamos con los medicamentos oportunos, otra vez antinflamatorios y tranquilidad.
Uno de esos días en que se levantó siendo canguro y no perro, alguno de sus saltos le paso la factura total. Por la noche no se pudo levantar y se quejaba angustiosamente. Ya no apoyaba la pata.
Vuelta al veterinario. Más placas (con la inflamación no se veía nada), pero a la palpación de su patita y ejerciendo una maniobra (ni idea de cómo la llaman) ya nos dijo que era posible que los ligamentos se hubiesen roto.
¿Esto que produce? De una manera bastante poco científica y profesional, explicaros que los ligamentos cruzados sujetan la rodilla, si se rompen ya no tiene sujeción por lo que se desplaza y se sale de su sitio; el menisco choca contra lo que no tiene que chocar y también se rompe. El perro no apoya su pata y si lo hace, rara vez, se oye un crujido característico y muy desagradable. Esto es la explicación de andar por casa.
¿Solución? Operación. Una especie de cuña de titanio de un tamaño considerable que se inserta en la tibia y que obliga a la rodilla a estar en su sitio sin desplazarse. No se escayola la extremidad. Medicinas, cuidados, mimos y 40 días de recuperación.
Puede salir a dar su paseíto como los abuelitos, pero tiene que olvidar su complejo de canguro, galgo o lo que se le ocurra. Nada de subir y bajar escaleras, mantener un peso adecuado, mucha tranquilidad y esperar. Dentro de un mes le hacen la revisión; los puntos se los quitaron la semana siguiente de la intervención. Puede que todo esté bien o puede que en alguna de sus tonterías se lo haya escacharrado (parece ser bastante habitual por lo que comentó el traumatólogo).
Esto, dentro de lo que cabe, es la parte buena de la historia. ¿Hay una mala? El veterinario comentó que existe una relación entre la operación de esta lesión y que, al cabo del tiempo, haya que operar, de lo mismo, la otra extremidad. Casi seguro. Después y no menos importante en los tiempos que corren, hablamos del tema económico. Entre placas, análisis, medicamentos, operación y el final de todo, te has dejado, como poco, 1200 euros. Yo lo tenía clarísimo y no iba a permitir que mi querida peluda se quedara coja o con dolor. Tengo la suerte de contar con un pequeño colchón para imprevistos que me ayuda. Otros no tiene tanta suerte. Según las estadísticas de los dos últimos años, se han incrementado las eutanasias de animales por razones económicas. A esto se le añade la subida del iva, ya que tener un animal de compañía en óptimas condiciones es un lujo que solo nos podemos permitir algunos pánfilos amantes de la fauna y la flora de este país.